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Publicado el 26 de abril de 2010
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¿Cómo afrontar las reformas necesarias?

Realmente es chocante observar que llegado a un punto en el que ya ningún trabajo científico publicado en revistas especializadas niegue el cambio climático y sus desastrosos efectos para la vida humana en nuestro planeta, la cumbre del clima en Copenhague haya fracasado tan estrepitosamente. La montaña se ha movido (se han juntado los mandamases más importantes y influyentes del planeta) para parir un ratón. Pero más sorprendente es todavía que la reacción de la opinión pública ante este fracaso ha sido prácticamente nula. Mientras que otros temas como, por ejemplo, la reforma del sistema de jubilación ha provocado unas reacciones masivas, se han realizado manifestaciones y la medida ha desaparecido en el baúl de los recuerdos (por el momento), este tema no ha causado ningún revelo entre la opinión pública más allá de unos comentarios en la prensa y otros medios de comunicación. ¿Cómo podemos explicarnos este comportamiento de absoluta indiferencia ante unas consecuencias nefastas más que previsibles para las futuras generaciones?

Koldo Unceta, catedrático de economía del Instituto Hegoa de la UPV analiza este fenómeno en su artículo “Reflexiones en torno a un fracaso” (Diario Vasco, 8-2-2010) y llega a la conclusión de que la mayoría de los representantes políticos reunidos en Copenhague no han percibido el cambio climático como algo que pueda poner en peligro su posición, es decir, no se sienten presionados por la opinión pública para actuar con mayor decisión, ni siquiera en los países democráticos, donde dependen de los votos. Y esto es así porque la mayoría de de las consecuencias del problema no serán sufridas por las actuales generaciones, los que tendrán la capacidad de presionar o votar, sino de las generaciones venideras. En otras palabras, más de una cuestión de supervivencia en el corto plazo, la voluntad de tomar medidas y hacer frente a la amenaza del cambio climático depende de la razón o de la solidaridad con las futuras generaciones. La consecuencia es que sólo las sociedades y/o los colectivos mejor formados o aquellos que, en algunos lugares del mundo, hayan comenzado a sufrir las primeras consecuencias del problema, han mostrado su alarma y se han movilizado en torno a este problema. Pero, ¿cómo? se pregunta Koldo Unceta, esperar que en lugares donde el problema estriba en sobrevivir cada día que ejerzan esta solidaridad intergeneracional si en sociedades supuestamente formadas y con elevados niveles de bienestar como las nuestras hay que constatar una manifiesta incapacidad para hacerlo. Su respuesta es que la solidaridad intergeneracional debe fundamentarse en la solidaridad interterritorial, es decir, si realmente queremos un mañana viable para las futuras generaciones es imprescindible construir un presente más equitativo. “De lo contrario, seguiremos caminando hacia el abismo y nuestros gobernantes continuarán mirando para otro lado.”

Aún estando absolutamente de acuerdo con estas reflexiones, creo que nos falta tiempo para – primero - llegar a una situación más equitativa y – luego - tomar las medidas necesarias. Tenemos que actuar en ambos campos paralelamente.

Pero su constatación de incapacidad de la población de reaccionar ante unos manifiestos peligros para la vida de la especie humana se confirma en otros estudios e investigaciones.

Una investigación del “Center for Research of Environmental Decisions –CRED sobre ”Strategic orientation in individual and group decisions” – ‘Orientación estratégica en decisiones individuales y de grupos’ de la Universidad de Columbia (EE.UU.) consideran el calentamiento del planeta una oportunidad única para estudiar cómo los ciudadanos reaccionan ante las compensaciones a largo plazo en forma de sacrificios que podríamos hacer hoy a cambio de unos beneficios climáticos inciertos mañana y llegan – tras unos experimentos científicos con personas - a la conclusión de que en general no nos gustan los beneficios aplazados. En relación a los problemas ecológicos se puede deducir que tenemos poca tendencia a realizar cambios en nuestro estilo de vida con el fin de evitar un supuesto cambio climático en el futuro. Y aun peor, esta investigación constata que parece que tenemos una “reserva de preocupación limitada” lo que significa que no somos capaces de conservar nuestro miedo al cambio climático cuando se presenta un problema diferente, por ejemplo un crash bursátil o una emergencia personal o familiar [1]. La actual crisis económica parece conformar esta tesis, es decir, en estas situaciones nos olvidamos de los problemas a más largo plazo y nos dedicamos a resolver lo más urgente.

Un término que ilustra bastante bien este fenómeno de reaccionar como un avestruz ante problemas de más largo alcance es la “disonancia cognitiva”, que explica la incapacidad humana de vivir la contradicción de dos valores al mismo tiempo por lo que en nuestra conciencia suprimimos uno. Es decir, obligados a elegir entre los valores del disfrute inmediato y la protección del medio ambiente para evitar catástrofes en el futuro, preferimos disfrutar de nuestro nuevo todoterreno o el viaje de novios a Yucatán en lugar de preocuparnos para las futuras generaciones.

Pero esta contradicción no la vivimos solamente como individuos sino también como sociedad. La actual crisis demuestra que nos preocupa mucha más nuestro puesto de trabajo y nuestro estilo de vida que el medio ambiente. Y es que resulta imposible defender cambios drásticos a favor de una reducción de contaminaciones de todo tipo y a la vez promover una ley de “aceleración del crecimiento económico” como actualmente en Alemania (Wachstumsbeschleunigungsgesetz). Y ahí esta la clave del problema. Nuestra organización social se basa en un solo mecanismo, el empleo. La crisis no representa, en realidad, un fallo del sistema económico. Lo que nos falla es nuestro modelo de organización social, basado en exclusivo en un solo mecanismo: el empleo. No entendemos o no queremos entender que el empleo ya no es la solución a nuestros problemas sociales, económicos, medioambientales, etc., sino que la dependencia de él como único mecanismo para la distribución de la renta se ha convertido en su principal causa. Es decir, ya no trabajamos para producir (productos y servicios socialmente necesarios) sino producimos (productos y servicios que en realidad no necesitamos, cuya comercialización nos cuesta cada vez más y que en muchos casos no nos podemos permitir) para trabajar.

Para ilustrarlo con un ejemplo, nos comportamos como un empleado trabajando en una fábrica de bombas de racimo que sabe que este producto es éticamente más que dudoso pero que ante la falta de un empleo alternativo defiende el suyo con todos los medios.

Llegado a este punto podríamos concluir que no hay nada que hacer y constatar con Albert Einstein que sólo hay dos cosas infinitas en el mundo: el universo y la estupidez humana, resignarnos y apuntarnos al “baile sobre el volcán”, como si dice en inglés o alemán.

Pero afortunadamente el citado estudio del instituto CRED nos indica un sendero para salir de este atolladero: mientras el individuo parece incapaz de reaccionar ante la previsible catástrofe medioambiental, estos mismos individuos, actuando en grupos se comportan de una manera totalmente diferente. En sus experimentos sobre la dinámica de grupos en los procesos de toma de decisiones los científicos del CRED han comprobado lo fácil que resulta conseguir que individuos escogidos al azar cooperen. Según estos resultados, nos gusta congregarnos, sentir que formamos parte de un grupo ya que esto parece que nos proporciona un placer inherente. Si se nos recuerda el hecho de que formamos parte de una comunidad, entonces esta comunidad se convierte en una especie de departamento estratégico y de toma de decisiones y nos lleva a hacer sacrificios enormes como, por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial.

Observando este tipo de grupos de ciudadanos, los científicos registraron que sus conversaciones estaban caracterizadas por términos que demuestran la inclusión social como “nosotros” y “nos” y que los grupos son más pacientes que los individuos a la hora de tener en cuenta los beneficios aplazados. En otras palabras, los grupos llegan a otras conclusiones que los individuos, es decir, demuestran una especie de predisposición colectiva que redunda en beneficio de la comunidad a largo plazo y con ello del mundo.

Por estas razones, la participación ciudadana es hoy en día más que una ocurrencia para quedar bien ante la opinión publica, sino la única fórmula que permite tomar las decisiones necesarias, drásticas y urgentes para evitar desastres y conflictos sociales en un futuro no muy lejano. El tema del medio ambiente y del cambio climático es obviamente solo uno de estos problemas a tratar pero hay otros, no menos importantes como son: la organización social más allá del trabajo, la reforma de los sistemas de seguridad social – sanidad y jubilaciones -, la lucha contra la pobreza etc. etc..

La actual crisis convierte este hecho todavía en más evidente ya que acelera el proceso de alejamiento entre los ciudadanos y los políticos. Lo grave es que esta situación dificulta cada vez más la acción del gobierno por la tensión entre las necesidades de largo y el temor al castigo electoral a corto plazo (véase, por ejemplo, el debate sobre la edad de jubiliación). Hoy en día el problema no son tanto las diferencias ideológicas entre la izquierda y la derecha, sino las crecientes tensiones entre los ciudadanos y sus representantes políticos. La democracia ya no es una cuestión de confianza, sino más bien de gestión de la desconfianza y aunque la crisis, de momento, no haya producido una ola de cambios de régimen, sí ha puesto en el foco la cuestión de la gobernabilidad, concluye Ivan Krastev, analista y miembro fundador del Consejo de Europa de Relaciones Exteriores. [2]

Que este análisis es en absoluto exagerado demuestran los partidos populistas y/o autoritarias que surgen por todos los lados, Italia, Grecia, EE.UU. (Tea Party). ¿Quién se hubiera atrevido a predecir hace poco, por ejemplo, que como partido más votado en unas elecciones municipales en un país tan democrático y liberal como los Países Bajos saldría un partido derechista y xenófobo [3] como el más votado en una ciudad como La Haya y que no tiene ni pocas posibilidades de convertirse en partido más votado en las próximas elecciones generales? El País escribe al respecto: “Un país que como Holanda, fue admirado por su tolerancia parece hoy a punto de precipitarse en el laberinto populista. [4]”

Otro dato es que en los países de Europa del Este los adeptos, tanto los aprueban al sistema capitalista como el cambio a la democracia hayan retrocedido drásticamente [5].

Resumiendo: el problema más grave y urgente que tienen que afrontar nuestras sociedades es el de la adecuación de las estructuras democráticas a las necesidades actuales, ya que resulta obvio que, si los mecanismos con los que nos hemos equipado para tomar decisiones fallan, difícilmente vamos a ser capaces de tomar las decisiones adecuadas y a tiempo.

[1] Gertner, Jon: Un reto para el cerebro, en: El País Semanal, Nº 1728, 8 de Noviembre de 2009, págs. 84 - 86

[2] “El ciudadano se aleja de sus líderes”, en: El País, 27 de Febrero de 2010

[3] El Partido de la Libertad liderado por Geerd Wilders el día 3 de Marzo de 2010

[4] 7 de Marzo de 2010

[5] según una encuesta del Pew Center, citado en El País del 27 de Febrero

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