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Publicado em 2 de junho de 2005
Traduções disponíveis em: English (original) . français .

Una experiencia de conversación de calle en Porto Alegre

Felipe y yo llegamos a un extraño y pequeño refugio para peatones en medio de una avenida muy concurrida. Hacía calor y había viento, nos costó atar nuestra bandera a un poste con un hilo y al poco rato se voló.

Algunos jóvenes de distintos países estaban medio dormidos acostados en el césped, demasiado cansados e indolentes como para escucharnos. El micrófono tenía un soporte fijo y no podía ser desplazado; empezamos entonces a llamarlos y a invitarlos a que vinieran a cantar en una ronda de danza, del mismo tipo de la que utilizó con tanto éxito el día anterior João das Neves para reunir gente a su alrededor. Nada parecía funcionar, pero insistimos.

Poco a poco alguna gente empezó a acercarse, a bailar de la mano, a aprender la canción – una danza tradicional en ronda del nordeste de Brasil. Luego unas quince personas se sentaron en el césped seco y polvoriento y pudimos preguntarles qué significaban para ellos “los bienes comunes de la humanidad”. Algunas voces tímidas se dejaron oír : “el agua”, “la tierra para alimentar a la gente”, “el paisaje”... Luego la cuestión del agua y de la obligación de pagar para beber – una necesidad humana fundamental para sobrevivir – fue discutida por todos. Alguien recordó cómo Coca-Cola y Nestlé estaban privatizando todas las fuentes de agua en el mundo.

De repente, un hombre surgió de ningún lugar. Llevaba una vieja caja plástica y gritaba : “Agua, por sólo 2 Reales !” Todo el grupo se rió a carcajadas y el hombre bajó su precio : “Bueno, sólo 1 real”. Lo invitamos a sentarse y a charlar con nosotros. Se presentó y nos explicó que vendía esos vasos de agua potable para cubrir las necesidades de su familia. Luego explicó, frente al grupo atónito, que estaba muy contento porque a los 43 años acababa de cumplir su sueño de aprender a leer y a escribir. Sonrió, se levantó y se fue, agitando el agua sobre su cabeza.

El grupo adquirió entonces nueva vida; el debate se tornó intenso y apasionante. Sin que hayamos dicho nada sobre el tema, algunos evocaron nuestra responsabilidad en lo que respecta a los bienes comunes. Por último, un joven concluyó : “Aprendimos tantas cosas en esta conversación de calle y nos sentimos tanto más fuertes que tenemos toda la responsabilidad de hacer lo mismo en cualquier otra parte, con otros, donde vivimos.”

Fue difícil decirse adiós, pero ya estaba muy oscuro. Felipe y yo no podíamos ocultar nuestra felicidad y nos reímos con verdadero placer.

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